Descenso
Sólo veo tu triste figura, encorvada, una cuerda de angustia amarrada al cuello, que te agacha. Sólo veo dos ojos que se cierran y se abren, mareados, corriendo todas las rutas de la angustia.
No veo tu cara, es cenicienta.
No veo tu boca, está suturada por el vacío.
El silencio es la réplica que reverbera en tu memoria.
Tus brazos están encadenados, a un mismo pensamiento, hasta el punto que han olvidado a que sabe la carne.
Tus manos tiemblan, el pulso se agita, las uñas se encarnan en tus propios dedos, crecen hacia adentro.
Tus párpados son una tumba, que se va cerrando, mientras las gotas que escuchas son explosiones en tu cabeza, la lluvia ya no limpia, es un ácido que corroe tus entrañas.
Tus palabras se enciman unas a otras, tu espalda grita, tu estómago se ahoga en los jugos que dan punzadas al alma.
Tus sueños se pudren, tus deseos se esfuman, tus lágrimas te hunden ya sólo te queda gritar: tu boca al abrirse es un hoyo negro que te traga.
Fue así como desperté: fugándome, en medio de la luz de una luna que invita a poseerla. Grité tan fuerte que las arañas ensordecieron y como venganza hilaron mi cárcel. Fue un instante que penetró en mis entrañas.
Me atreví a retar al abismo, cara a cara para descubrir que si cerraba los ojos, me dejaba absorver, molidos los huesos, deshecha la cara, bañado en sudor, podría flotar como en el aire más puro. Aprendí a no tener miedo a descender y caer y hundirme: la coraza se hace más fuerte, el silencio de Dios es suplantado por la voz que fabrico y que te dice que sigo vivo.
No veo tu cara, es cenicienta.
No veo tu boca, está suturada por el vacío.
El silencio es la réplica que reverbera en tu memoria.
Tus brazos están encadenados, a un mismo pensamiento, hasta el punto que han olvidado a que sabe la carne.
Tus manos tiemblan, el pulso se agita, las uñas se encarnan en tus propios dedos, crecen hacia adentro.
Tus párpados son una tumba, que se va cerrando, mientras las gotas que escuchas son explosiones en tu cabeza, la lluvia ya no limpia, es un ácido que corroe tus entrañas.
Tus palabras se enciman unas a otras, tu espalda grita, tu estómago se ahoga en los jugos que dan punzadas al alma.
Tus sueños se pudren, tus deseos se esfuman, tus lágrimas te hunden ya sólo te queda gritar: tu boca al abrirse es un hoyo negro que te traga.
Fue así como desperté: fugándome, en medio de la luz de una luna que invita a poseerla. Grité tan fuerte que las arañas ensordecieron y como venganza hilaron mi cárcel. Fue un instante que penetró en mis entrañas.
Me atreví a retar al abismo, cara a cara para descubrir que si cerraba los ojos, me dejaba absorver, molidos los huesos, deshecha la cara, bañado en sudor, podría flotar como en el aire más puro. Aprendí a no tener miedo a descender y caer y hundirme: la coraza se hace más fuerte, el silencio de Dios es suplantado por la voz que fabrico y que te dice que sigo vivo.