Desde la tumba
Dejar miradas que trascriben deseo. Mirar para ser deseado. Escuchar palabras en el monitor, dejarlas para ver si alguien te escucha. Recordar las paredes que dividen, las barreras que encierran, la distancia que murmura. Comenzar con destejer la telaraña de mi boca, desnterrar frases que se quedaron en ilusiones infranqueables. El gatillo es un mensaje que te ecribo: desentrañar la memoria y recalcitrar las heridas. A lo mejor eso, recubrir cicatrices con letras que salen de un teclado. Quitar el siencio que suena en la soledad con el tecleo, con la posibilidad de otro encuentro: una mirada que te escucha, el eco de una palabra que debe llegar mientras las hormigas corren hipersaturadas, supersónicas patitas que se convierten en ruido, pixeles que se transforman en una cara. Saber que conoces a muchos y que muchos te conocen (como si las letras formaran un rostro) saber que te contactan y que te necesitan (tan siquiera para que por una cadena no les de diez años de mala suerte) saber que alguien esta ahi (diez millones de millones de máscaras inventadas). Lo bueno es que si no fuera por mi tecleo, regresaría a la tumba, en un silencio desértico.