El ruido que enmudece nuestros gritos
invade la banqueta que vuelve gris al sol.
Un amarillo que pinta las llantas que rechinan.
De vez en cuando una gota reverbera, alizando
nuestra voz que canta la ausencia.
Las sombras se esconden, no nos quieren platicar
los restos y rastros de millones de otras voces
en la lluvia, en el viento...
Voces de muertos que resucitan el dolor que reconocemos.
Ecos y ecos que susurran afectados (tal vez yo esté rondando
como un fantasma buscando fantasmas)
El sudor de las caras que te miran, restregadas, aplastadas,
que van rumbo a su casa, a morir frente a la nada...
El silencio que contesta, en una habitación de azotea:
tal vez el radio y sus voces nos deleiten con su compañía.
El restregarse aplastarse abrazarse en la promiscuidad
de un vagón y llegar a limpiarse el único rastro de un
contacto (bajamos los ojos cuando nos miran)...
Ir al mercado, comer acompañado de soledades infranqueables.
Verse en el espejo y no poder abrazar la imagen que necesita consuelo.
Mirarse opaco, ceniciento, la voz desaparece
(gritamos sin que nos escuchen)
ausencia de ojos que nos despierten y nos
inunden con su aliento de mañana.
ausencia de brazos que nos rozen el cabello
mientras sueñan pesadillas (nos despiertan con sus gritos).
de pronto la tarde, de pronto la noche.
amanece, el sol se fuga y la única manera de
dejar de sentir el frío es abarcar el cuerpo
que te mira en el espejo y consolar el silencio
de un reflejo que muere abrasandose a sí mismo.